Acabo de ver “Deja Vu”, un thriller de ciencia-ficción dirigida por Tony Scott. La película en sí no es una obra maestra (es más bien un cóctel de elementos conocidos), pero es entretenida. Pero lo que me pasa cuando veo películas de ciencia ficción estadounidenses es que siento que éstas requieren no solo imaginación por parte del espectador sino una fé absurda en el argumento. Para mi el elemento que diferencia al público norteamericano – comparado, por ejemplo, con el europeo – es su religiosidad, en el sentido de que en USA se están produciendo cada vez más películas que poca relación tienen con la realidad y que apelan más a la fe de los espectadores en que lo que se cuenta es posible o verdadero.  Esto va desde la religión pura y dura a la transformación de la ciencia en una especie de imagen divina que es lo que ocurre en Deja Vu cuando los investigadores se transforman en Dios capaces de ver todo lo que ocurre en el pasado, en el más mínimo detalle.

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Hace poco hice una encuesta en este blog preguntando a mis lectores quién creían ellos que había cometido los ataques del 11-S. Para mi sorpresa, sólo el 49% de los votantes creen que Osama Bin Laden y Al Qaida fueron los responsable. Sin embargo, el 37% cree que los atentados fueron cometidos por la mismísima CIA. Leyendo los comentarios vi que quienes piensan de esta forma sostienen la teoría del conspiración, algo así como que Bush y la CIA estuvieron detrás de los atentados para poder justificar luego la invasión a Irak y controlar el petróleo en el Medio Oriente. Tampoco falta en esta teoría la conexión judía, ya que Larry Silverstein, un ciudadano judío de USA (a quien curiosamente yo le compré un edificio hace muchos años) que tenía derechos sobre las Torres Gemelas por 99 años, las había asegurado y cobró cerca de 5.000 millones de dólares luego de los atentados. Tanta teoría de la conspiración me parece como buscarle la quinta pata al gato. Simplemente es algo muy rebuscado. Casi diría que es una conspiración en si misma a lo que realmente pasó.

A mi no me caben dudas de que Al Qaida fue responsable del 11-S. Leí los artículos en los que Bin Laden se declaró culpable de los atentados y vi los videos en los que Osama Bin Laden se mostró contento ante miembros de su organización por el triunfo de la operación, justificando los ataques y hasta previniendo con 3 semanas de antelación que atacaría como nunca antes a los Estados Unidos. Inclusive Khalid Sheik Mohamed, número 3 de Al Qaida y capturado por USA luego del 11S, reconoció haber sido el responsable de preparar y organizar la logística de los atentados.

Estuve hace poco con dos personas de la CIA, George Tenet entre ellos, y tengo un buen amigo que es asesor cercano a Bush y por todo lo que se y escuché, estoy absolutamente convencido de que la CIA no atacó las torres gemelas. Bush no necesitaba invadir Irak. Es más, por lo que escuché hablando con gente cercana a Bush y su equipo, la administración ahora arrepiente en privado de haber invadido Irak, simplemente porque la invasión salió terriblemente mal y ahora no saben cómo salir del desastre en el que se metieron. Sin duda no era el plan de Bush ser el presidente menos querido de la historia de USA.

Creo que la gente que cree en las conspiraciones no entiende que éstas no hacen falta para cometer locuras en este mundo y que hay suficientes decisiones pésimas que terminan produciendo efectos similares. Además conocí a Iván Chirivella, un instructor de vuelo español que trabajó unas horas para mi, así que pude conocer del mismo Iván como eran los terroristas que sin duda no eran de la CIA. Ahora lo que si es verdad es que la CIA y el gobierno de USA financió y de alguna manera entrenó a Osama Bin Laden cuando luchaba contra los rusos en Afganistán. Eso es bien sabido y reconocido así como que el gobierno de USA ayudó a Irak en la guerra contra Iran y la CIA colaboró con Saddam Hussein. Pero esta historia es similar a la de Noriega, líderes que en su momento Estados Unidos considera que pueden ayudar en sus luchas puntuales y que luego se les ponen en contra.

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El peso, como el bronceado, puede ser una cuestión social. Es decir: que esté asociado a cuestiones tales como moda o ingreso. Antes, por ejemplo, ser extremadamente flaco era sinónimo de pobreza. Por eso las clases medias y altas así como el ideal de belleza tendían a apreciar estéticamente la robustez (recordemos las mujeres de Rubens). Ya en el siglo veinte, sin embargo, este ideal fue cambiado radicalmente. Si bien la pobreza se seguía asociando con la delgadez, también se convirtió en un símbolo de belleza y distinción (el clásico ejemplo de ello es Twiggy). Pero ahora, con el crecimiento de los alimentos procesados, la comida basura y el estilo de vida moderno tanto los ricos como los pobres comenzaron a engordar.

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Tengo 4 hijos. Los 3 más grandes (de 17, 14 y 13 años) nacieron en Estados Unidos y el más pequeño (de casi un año) nació en España. Y si bien vivimos en Madrid, estamos en este momento de vacaciones en nuestra granja en Southampton, Long Island. Mis hijos más grandes nacieron y vivieron toda su infancia en Estados Unidos y, ciertamente, Nueva York les encanta. Pero en estas vacaciones ha sucedido algo muy curioso: que si bien se han divertido mucho, se mueren de ganas de volver a España. ¿Por qué? Porque allí se sienten más libres.  Me explico.

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En NYC hay un servicio de protesta para empleados que se sienten maltratados: se trata de esta rata. Cuando los trabajadores de un restaurante, por ejemplo, quieren revindicar sus derechos llaman al señor que está sentado leyendo el periódico para que traiga su rata inflable. Y parece que la rata ayuda a que menos gente entre al restaurante o la compañía en cuestión y que los empleados consigan mejores condiciones.  Me pareció muy original como método de protesta.

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Sigo sorprendido con comentarios de gente que lee mi blog que no cree que Osama Bin Laden  fue la persona que planeó y dirigió el ataque a las Torres Gemelas, el Pentágono y el vuelo de United 93. Por eso decidí hacer esta encuesta.

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Durante mi estadía en Estados Unidos me he reencontrado con el increíble mercado americano. El sueño del consumidor empedernido. La verdad que teniendo cerca de mi casa el centro comercial más grande de Europa (el complejo Plaza Norte) creía que en España habíamos llegado al nivel de consumismo que existe en Estados Unidos. Pero al venir a USA me di cuenta que me había equivocado, que me había olvidado de la cantidad de opciones que tienen los consumidores en este país. Se nota en las calles, en los supermercados, en los centros comerciales, en las librerías, en los kioscos de diarios, en los restaurantes, en todos lados… Esto me ha hecho pensar una vez más en las diferencias que existen entre España y Estados Unidos. Y me aventuré un poco a estudiar dónde es que tienen más opciones los consumidores para ver si mi sensación de que en Estados Unidos hay muchas más opciones es realista o no.

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Ayer en Nueva York comimos con mi amigo Daniel Lubeztky. Pero Dani tuvo que venir solo, su novia, que es médica, acababa de terminar una jornada de trabajo de 30 horas seguidas y estaba durmiendo al mediodía.   Esto me hizo reflexionar sobre dos cosas: (1) el hecho de que en Estados Unidos parece no haber límites a la cantidad de horas que una persona puede trabajar, y (2) la generalización de horarios perversos en la medicina.

Estados Unidos es el país industrializado que más horas trabaja. En 2000, los estadounidenses trabajaron 1.978 horas anuales por persona, lo que supone un incremento de casi una semana laboral en los últimos diez años y de dos semanas largas con respecto a 1980. En suma, ahora trabajan 49 semanas y media al año, 40 horas a la semana. Este incremento de la jornada laboral es contrario a la tendencia en los otros países industrializados, donde se ha recortado la jornada en los últimos años. Así, en Europa no se trabaja tanto como en Estados Unidos desde mediados de los años 60, y en 1990 los japoneses trabajaban más horas al año (2.013) que los estadounidenses (1.943). Ahora, los norteamericanos trabajan 137 horas al año más que los japoneses (unas tres semanas laborales y media más); alrededor de 260 horas (unas seis semanas y media) más que brasileños y británicos; y 499 horas (doce semanas y media) más que los alemanes.

Hay quienes dicen que esto se debe a que los trabajadores se esfuerzan en todos los casos. Así, en los momentos de expansión las empresas exigen más trabajo a sus empleados, y en las recesiones, cuando hay despidos y trabaja menos gente, los trabajadores dedican más horas para mantener el empleo. Incluso muchos piensan que los estadounidenses trabajan demasiado y que deben adoptar las políticas laborales europeas ( por ejemplo, la mayoría de los europeos gozan de vacaciones entre cuatro y seis semanas al año, comparado con 1,5 a 2,5 semanas en Estados Unidos). Está claro, además, que la mayor parte de las familias estadounidenses tienen ingresos que aumentan por debajo de la inflación y que para compensar esta pérdida de poder adquisitivo tienen que trabajar más duro y durante más horas que sus padres y sus abuelos. Y se sabe que existe una relación directa entre la legislación laboral y la jornada de trabajo. Y que en países como Estados Unidos, en los que existe menor regulación, los trabajadores alargan sus jornadas más de lo habitual.

Pero el hecho es que, sea por lo que fuere, esta costumbre tiene graves consecuencias en términos de la seguridad de los trabajadores. Porque está comprobado que los accidentes de trabajo están más relacionados a la cantidad de horas trabajadas que al tipo de trabajo realizado. Es decir, que la fatiga y el estrés acumulados durante la jornada laboral afectan la salud de las personas y las condicionan a tener más errores y accidentes. Los trabajadores que hacen horas extras, por ejemplo, son un 61% más propensos a sufrir heridas o enfermedades. Y las jornadas que se prolongan más de 12 horas diarias aumentan las posibilidades de lesión más de un tercio. Las horas acumuladas también cuentan, ya que si una persona trabaja 60 horas a la semana su riesgo de enfermar es un 23% mayor.

Lo insólito es que esto sea obviado en la medicina misma. Porque en Estados Unidos  los residentes llegan a trabajar hasta 30 horas de corrido. Este es el caso de Michelle. Lo peligroso es que, a diferencia de otros oficios y profesiones, en la medicina el cansancio no sólo afecta la salud de los médicos sino que pone también en juego la seguridad de los pacientes. Justamente me contó Dani que el último paciente de Michelle al final de sus 30 horas fué un enférmo cardíaco que sufría un infarto.  Un estudio realizado en Estados Unidos asegura, por ejemplo, que las jornadas prolongadas que suelen realizar los médicos internos provocan una incapacidad similar a la producida por el consumo de entre tres y cuatro bebidas alcohólicas. Pero la legislación establece un límite de ochenta horas semanales para los médicos internos. ¡Esto es 16 horas por día u casi 12 horas por día sin fines de semana!

Pero en el caso de la medicina Estados Unidos no parece estar solo.  En España,  una encuesta realizada en 2005 por la Asociación Española de Médicos Internos Residentes (AEMIR) reflejaba que más de la mitad de los residentes no libraban nunca después de realizar una guardia, por lo que llegaban a realizar jornadas de hasta treinta y dos horas sin prácticamente descansar. El 18% admitía que durante estas largas jornadas utilizaba fármacos de forma sistemática para evitar el sueño, un abrumador 60% de los médicos encuestados decía haber cometido algún error grave en el ejercicio de su profesión a causa de la fatiga, y el 34,7% aseguraba haber sufrido algún accidente en la carretera tras finalizar la guardia. No estoy al tanto de cómo es la situación en este momento, pero a fines de 2005 no existía regulación alguna de las condiciones laborales de los programas de médicos internos residentes. Y si bien los sindicatos médicos y AEMIR exigían que se cumpliera la directiva europea que obliga a librar tras una guardia, no todos los hospitales aplicaban esta medida.

En este sentido, las largas jornadas de trabajo no sólo son de insalubres para los trabajadores sino que pueden resultar peligrosas para otras personas. Pensemos, por ejemplo, en los servicios de transporte público, donde la vida de muchas personas dependen de la calidad del trabajo de unas pocas. Pero, además, pueden llegar a considerarse injustas y en muchos casos inmorales. Según los datos proporcionados por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), más de 600 millones de trabajadores (el 22% de la fuerza laboral mundial) tienen jornadas de duración «excesiva» y 5 mil personas mueren diariamente en el mundo a causa de accidentes laborales o enfermedades relacionadas con el trabajo (lo que da un total de casi 2 millones por año). Además, los accidentes laborales le significan a la economía mundial una pérdida aproximada de 1,2 billones de dólares, monto que equivale al 4% de la riqueza del mundo y que es 20 veces superior a toda la ayuda oficial que el mundo destina a los países en desarrollo. El 4% del Producto Bruto Interno (PBI) mundial (1.251.353 millones de dólares) se pierden anualmente por los costos de ausencias de trabajo, tratamientos de enfermedades, las incapacidades y las prestaciones de sobrevivientes que originan las lesiones, las muertes y las enfermedades que pueden ser evitados. Me gustaría saber si hay errores cometidos en la medicina que podrían no suceder si los residentes trabajaran con horarios lógicos.

Conclusión:  así como me parece absurda la legislación francesa que obliga a trabajar 35 horas semanales creo que trabajar 80 puede ser improductivo y peligroso.  Para mi lo mejor es que la gente pueda negociar en su trabajo con mucha flexibilidad de horario lo que quiera con su empleador algo que en la España del enorme desempleo o en la Argentina del enorme desempleo no se podía hacer pero que algunos empleados pueden hacer cada vez más.  En mis empresas he negociado todo tipo de arreglos incluyendo trabajo por objetivos y no por horas.



En este video muestro como en USA se ha agilizado el tema de facturación (check in) en los aeropuertos. Básicamente, lo que hicieron en el aeropuerto de Newark es subir de nivel y responsabilidad a los maleteros, entrenarles y que sean ahora agentes de check in de equipaje.

En Marzo de este año estuve en Japón y una de las cosas que más me llamó la atención fue su política migratoria. Me resultó interesante notar como frente a un fenómeno de creciente importancia (entre 1960 y 2005, el número emigrantes internacionales en el mundo pasó de 75 millones a 191 millones), los países tienen distintas actitudes e implementan políticas completamente diferentes. Eso es al menos lo que uno puede observar al comparar los casos de Japón, España y USA.

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