El otro día pasamos un malísimo trago: nos topamos de frente con el egoísmo de los que vuelan en primera clase desde Vancouver hasta Miami, cuando a Nina Varsavsky, a mí mismo y a Mia nos dieron asientos en filas diferentes y todos los pasajeros del vuelo de American Airlines se negaron a cambiárnoslo para que mi hija de 2 años de edad no volara sola. Además, un hombre se puso muy violento por el altercado y Nina acabó llorando lo que me hizo sentir fatal. Nina atribuye este egoísmo al tipo de personas que viajan en primera clase. Ella sintió que eran más arrogantes y difíciles en el trato que el resto y dijo que la próxima vez viajaría en turista. Me recalcó que era la tercera vez que le pasaba algo así. Nos preguntamos también a quién se le ocurrió dar asientos individuales en diferentes filas a unos padres y a su hija de dos años. La experiencia fue muy triste. Era como si todo el mundo en el avión nos dijera “nos importa un pimiento lo que le ocurra a su hija”.

Al día siguiente en el parque ocurrió justamente lo contrario. Tuvimos otro momento difícil con los niños, potencialmente mucho peor, pero nos sirvió para reconciliarnos con el resto del mundo.

Esa mañana, Nina, Mia, David y yo paseamos en bici desde el Continuum hasta el Flamingo Park de Miami Beach. Mientras David comía la mandarina que le estaba dando Nina, de repente se atragantó. Estaba al lado y cuando me di cuenta de lo que pasaba, me acordé de lo que ya viví en otras ocasiones. Mi segunda hija y mi sobrino se atragantaron una vez y también le salvé la vida a un desconocido cuando se atragantaba en un restaurante. Por eso, inmediatamente empecé con un mini Heimlich Maneuver adaptado a un niño de un año. Al principio no funcionó y Nina entró en pánico. Pero lo que pasó después fue muy bueno. Era como si todo el parque se organizara para salvar a David. Un papá americano corrió a la estación de bomberos a pedir ayuda y una familia italiana al completo se quedó cuidando de Mia. Lo hicieron tan bien que ni se dio cuenta de lo que pasaba. Al final, David comenzó a llorar, señal de que empezaba a respirar de nuevo. Fue algo así como el primer llanto, que pasó ya hace un año y una semana aquí mismo, en Miami. Tardó un tiempo en recuperarse, estaba asustado. Todos nos habíamos asustado pero ya estaba bien.

Hace un tiempo se me ocurrió la idea de que en vuelos comerciales, en lugar de colocar a los pasajeros de manera aleatoria, podrían sentarlos según sus afinidades. Dije que las familias con hijos deberían sentarse juntas y mantengo esa idea. Las familias con hijos son de alguna manera como una red de personas con la misma mentalidad y con el mismo fin: conseguir que sus hijos crezcan sanos. Nos podríamos ayudar los unos a los otros. No sé qué habría ocurrido si David se hubiera atragantado en el vuelo de American Airlines y la reacción de los que estaban allí no hubiera sido la misma que la del parque. Las familias con hijos se entienden entre sí. Ahora la paradoja es que si bien todos fuimos niños en algún momento, hay muchos adultos que han perdido la empatía por los pequeños a medida que han crecido. Esto está reflejado en la sociedad de hoy. Por si no lo sabes, en las democracias de occidente, la mayor concentración de pobreza según la edad está precisamente en niños. Los niños son discriminados seguramente porque sus voces no se tienen en cuenta en las democracias. No votan y sus padres no tienen un voto “custodiado” por ellos. Pero si unes a familias, construirán una sociedad cercana a los niños. Así fue el Flamingo Park para mi y así debería ser el mundo. Quiero agradecer a todos los desconocidos que nos ayudaron en el parque. David ya está bien.

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