Ahora mismo estoy en uno de esos momentos raros de mi vida en el que estoy solo en mi cuarto de Menorca.

En nuestra sociedad se acostumbra a dividir a la gente según su edad, su género, su nacionalidad, su profesión o su situación laboral, pero pocos catalogan según si son solitarios o gregarios (es más, no creo que exista una palabra que implique un índice de soledad vs gregarismo). Pero si lo hiciéramos, es decir, si construyéramos una escala de 0 al 10 donde 0 es una persona que no dialoga con nadie en todo el día y 10 una persona que vive rodeada de familia, amigos, compañeros de trabajo y no está nunca solo, yo estaría cerca del 10. Asi es que este momento, en el que estoy solo en mi cuarto es rarísimo.

En general, los únicos momentos en los que estoy solo son cuando voy a montar en bici y esto tampoco es común porque, en general, salgo con amigos. El resto de mi vida estoy siempre acompañado, ya sea de Nina, con quien somos pareja y además trabajamos juntos, de alguno de mis cuatro hijos, de mis amigos, de otros familiares o de compañeros de trabajo. Estar solo ahora no fue planeado. Estoy solo de casualidad. Volví de navegar, Nina se fue a la piscina, mis 3 hijos mayores se quedaron en el barco con 6 amigos, Leo no quería salir del agua y se quedó en la playa con su niñera, y yo…estoy solo 🙁

Cuando hablo con amigos extranjeros me entero de que mi estilo de vida gregario, no es tan normal afuera de España. En su caso es común que coman solos en un restaurante, por ejemplo, algo que yo no hago. O que vayan solos al cine, algo que no me gustaría hacer. Inclusive tengo un amigo mio al que le encanta estar solo, que se va de vacaciones en plan aventura (se alquila una avioneta en Namibia y se va a pilotar solo, o se alquila una Ducati y se recorre Italia solo en moto).

La idea de irme solo de vacaciones me parece penosa. Cuando lo hacía, de adolescente, no duraba mucho solo, como se puede leer en la autobiografía que escribí de mis 17 años. A este punto, me pregunto si será por mi desagrado a estar solo que me vine a vivir a España. Porque España, según mi experiencia, es el país más gregario que yo haya conocido. Me explico.

En España el modelo de desarrollo urbanístico parece diseñado para evitar que nadie se quede solo. Si uno sale de Madrid a andar en bici, como hago yo, es clarísimo, por ejemplo, donde termina San Agustín de Guadalix y empieza el campo. La diferencia es total: pueblo, campo, ciudad, campo. Pero en Argentina la ciudad se va disolviendo en el campo. Primero los edificios, después las casas, después las quintas, las chacras, los campitos, los campos, las estancias. En Estados Unidos lo mismo. Uno sale de East Hampton –donde tengo una finca– y la densidad poblacional baja a medida que uno sale del pueblo. En el pueblo las casas tienen terrenos de un cuarto de acre, luego de medio acre, luego de un acre, luego de dos acres, y al final vienen las fincas.

Por lo que vi en los 13 años que llevo viviendo en España es que el español es un ser muy gregario. España tiene una estadística impresionante: lo mucho que le cuesta a los hijos separarse de los padres. Si las españolas fueran marsupiales llevarían a sus canguritos en la bolsa decenas de años. Es más, 3 decenas para ser exactos, porque España es el país que más tarde se van los hijos de las casas de los padres. Y creo que esto es porque a los padres no les molesta que sus hijos sigan haciendo lio y a los hijos les gusta la compañía de los padres más de lo que quieren confesar porque, caso contrario, aunque la vivienda cueste un ojo, los hijos vivirían por su cuenta en pisos diminutos.

Pero en España el tema no va solo de padres e hijos. Por lo que yo vi, mis amigos españoles tienen muchísimo contacto con sus familias extendidas y aunque tienen pocos hijos tienen muchísimos primos y se ven con ellos. Y ni hablar de los amigos. Los españoles cultivan la amistad como los franceses la seducción. La lealtad entre amigos es fuertísima, inclusive entre compañeros de trabajo. Las empresas que hice en España, Jazztel, Ya.com y ahora Fon parecen familias. Los compañeros de Jazztel del 2000 siguen haciendo fiestas juntos. Es impresionante. Los de las empresas que hice en USA con suerte se hacen amigos en Facebook.

Con esto de estar siempre rodeado de gente, a veces mis amigos de otros países me preguntan lo opuesto. Es decir, si no me gustaría «mandar todo al carajo» como se dice en Argentina y pasarme una temporada solo. Pero mi respuesta es un rotundo no. Yo soy feliz cuando hay follón en mi casa, cuando mis hijos se aparecen con sus amigos y tenemos esas cenas multitudinarias como será la de esta noche. Es más mis tres hijos mayores nacieron en Estados Unidos donde viví muchos años pero cuando empecé a ver cómo eran la relaciones intergeneracionales en ese país me quise ir y me vine a España. Eran lo opuesto que lo que había sido mi infancia en Argentina a donde hubiera vuelto si no fuera por la desconfianza que me daba la clase dirigente argentina.

Cuando era chico éramos mi hermana y yo, pero luego mi padre se casó con una mujer que tenía 4 hijos de nuestra edad y, aunque al principio me pareció una invasión casi inaceptable pasar de 2 a 6 chicos al final, el estado de follón permanente me cautivó. Cuando tenía 12 años hicimos un viaje mi padre, su mujer y los 6 chicos en una camioneta Ford por la Patagonia Argentina. Fuimos de Buenos Aires a Puerto Madryn, de ahí a Esquel, Bariloche, y vuelta a Buenos Aires. Aunque ese viaje es por una parte que no es más de un tercio de la Argentina, en Europa eso sería como ir de Barcelona a Amsterdam, de Amsterdam a Berlin y de Berlin a Barcelona. Fueron muchísimos kilómetros. Para mi ese viaje fue un descubrimiento, conocí a mis «nuevos hermanos» y aunque sufría los celos y rivalidades normales de la situación, cuando me entregaba al «despelote» (follón en argentino) lo disfrutaba totalmente. Y así terminó siendo el resto de mi vida un agradable follón.

Y se ve que hoy no aguanté el silencio y decidí escribir pensando en mis lectores…que estar solo.