German-born theoretical physicist Albert Einstein
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Albert Einstein
Un ideal de servicio a nuestros semejantes

Lo más hermoso que podemos experimentar es el misterio, el conocimiento de la existencia de algo inconmensurable, la manifestación de la más profunda razón unida a la más brillante belleza. Yo no puedo concebir un dios que recompense y castigue a los objetos de su creación, ni que posea una voluntad del tipo de la que nosotros vivimos. Estoy satisfecho con el misterio de la eternidad de la vida y con la conciencia –y la vislumbre- de la maravillosa construcción del mundo existente, junto a la firme decisión de comprender una porción, por pequeña que sea, de la razón que se manifiesta en la naturaleza. Ésta es la religiosidad cósmica, y a mí me parece que la función más importante del arte y de la ciencia consiste en despertar ese sentimiento en quienes son receptivos y mantenerlo vivo.

Percibo que no es el Estado lo que tiene valor intrínseco en la maquinaria de la humanidad, sino, más bien, el individuo creativo y sensible, la sola personalidad que crea lo noble y lo sublime.

La conducta ética del hombre debe estar efectivamente asentada sobre la compasión, el desarrollo y los lazos sociales. Lo moral no viene de lo divino, sino que es una cuestión puramente humana, aunque la más importante de las cuestiones humanas. En el curso de la historia, los ideales referidos a la conducta de unos seres humanos para con otros, y los referidos a la organización preferible de sus comunidades, han sido expuestos y enseñados por individuos ilustrados. Esos ideales y convicciones –resultado de la experiencia histórica, la empatía y la necesidad de belleza y armonía- han sido en general reconocidos voluntariamente por los seres humanos, al menos en teoría.

Los más altos principios en lo tocante a nuestras aspiraciones y nuestros juicios nos han sido dados a los occidentales por la tradición religiosa judeocristiana. Es una gran meta: desarrollo libre y responsable del individuo, para que pueda poner sus dones al servicio de toda la humanidad libre y felizmente.

La búsqueda del reconocimiento por sí mismo, un casi fanático amor por la justicia y la procura de la independencia personal son los temas tradicionales del pueblo judío, del que soy miembro.

Pero si uno observa atentamente estos altos principios, y los compara con la vida y el espíritu de nuestro tiempo, le deslumbrará la evidencia de que la humanidad se encuentra actualmente en grave peligro. Veo la naturaleza de la crisis actual en la yuxtaposición del individuo y la sociedad. El individuo se siente más que nunca dependiente de la humanidad, pero no percibe esta dependencia en el sentido positivo, no se ve acunado por ella, conectado como una parte a un todo orgánico; la ve como una amenaza a sus derechos naturales y aun a su existencia económica. Su posición en la sociedad, pues, es tal que aquello que le lleva a su propio ego se ve alentado y crece, y aquello que debería llevarle hacia los demás –un débil impulso, en principio– marcha hacia la atrofia.

Creo que hay un solo modo de eliminar estos males, a saber, el establecimiento de una economía planificada junto a una educación orientada hacia metas sociales. Además de desarrollar las capacidades personales, la educación del individuo aspira a revivir un ideal de servicio a nuestros semejantes, que debe ocupar el lugar de la glorificación del poder y el éxito exterior.


Albert Einstein publicó su teoría general de la relatividad en 1916, afectando profundamente los estudios de física y cosmología. Ganó el Premio Nobel de Física en 1921 por su trabajo sobre el efecto fotoeléctrico. Einstein enseñó durante muchos años en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. Ensayo proviene de este sitio.

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