A lo largo de mi vida he tenido la suerte de poder conocer a algunos de los emprendedores con más éxito del mundo y me gustaría compartir con vosotros una reflexión.

Wynwood fotoLos emprendedores de éxito pertenecen a dos grupos: Los buenos comunicadores y los buenos estrategas. Cuando conoces a un buen comunicador te quedas alucinado. Ejemplos son Bill Gates o Jeff Bezos. Te cuadra que tengan éxito: te cuentan muy bien cómo surgió la idea, les crees. Cuando un buen comunicador se presenta, interactúa contigo o explica su negocio, ves clara la estrategia. De hecho, comunicar bien la estrategia es parte de la estrategia. Los buenos comunicadores necesitan contagiar de entusiasmo a otros para conseguir lo que quieren, necesitan la participación de sus socios y de sus consumidores y saben como hacerlo.  Los buenos comunicadores son muy buenos presentando ideas, son excelentes comerciales.

Pero cuando conoces a un buen estratega tienes la reacción opuesta. Le oyes y te preguntas cómo pudo tener éxito esa persona.

Pero es que los estrategas no cosecharon el éxito por ellos mismos o a través de alianzas. Tampoco convencieron a otros de que compraran sus productos. Llegaron a la cima tomando una buena decisión tras otra. Ellos no hacen de comercial, contratan a otros para que lo hagan. Simplemente le dan muchas vueltas a todo. Y este proceso de introspección, de análisis profundo, es imposible verlo en las demás personas. El estudio detallado de un desafío les hace ver cuáles son los mejores para formar parte de su equipo, cómo llegar al quid de las cuestiones más complicadas, cómo tener una visión potente sobre sus productos, cómo anticiparse a los movimientos de los adversarios. Esto que parece muy claro para ellos es dificilísimo para el resto del mundo. Mark Zuckerberg o Larry Page forman parte de este segundo grupo. En España el estratega por excelencia es Amancio Ortega, el tercer hombre más rico del planeta de quien sabemos poco o nada. Todos extremadamente inteligentes y buenísimos analizando y poniendo los cimientos, pero malos, casi diría inhibidos, a la hora de comunicar las razones de su propio éxito.

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