El desastre del euro es que el Banco Central Europeo (BCE), al contrario que la Reserva Federal (FED), no es un verdadero prestamista de ultima instancia (lender of last resort). En 2008, en medio del colapso financiero, la Reserva Federal dijo que proporcionaría la liquidez que fuese necesaria, sin límite, y esto evitó el colapso total del sistema financiero. Esto salvó a Estados Unidos tal como lo conocemos. Tal como están las cosas, la semana que viene, el BCE debería decir exactamente lo mismo, tendría que salir a respaldar toda la deuda soberana europea y todo el sistema bancario europeo con liquidez ilimitada como hizo el FED. Tendría que parar este fuego que empezó en la perifería de Europa, con Grecia, Irlanda y Portugal, que avanzó a España e Italia y que ahora está llegando a Francia. Pero nuestra tragedia es que legalmente no puede.

Si se concediese todo el crédito que se necesita en esta recesión, no habría inflación y nos permitiría salir de la crisis. La idea de no «imprimir» o dar crédito ilimitado es frenar la inflación. Pero en momentos de pánico el peligro no es la inflación. El despilfarro europeo, que lo hay, el estado de bienestar pasado de vueltas, que existe, no se soluciona de un día para otro. Hay que transformar «despilfarro» en inversión pero manteniendo en nivel de gasto público. Recortar a lo bestia nos va a hundir. Hay que generar empleo, no abaratar el despido como se hizo en España sin dar incentivos claros para emplear.

La austeridad es necesaria, muy necesaria, también es indispensable que haya menos participación gubernamental y más privada en Europa. Democracia social si, pero para distribuir hay que ganar. Necesitamos un modelo más alemán que francés. Alemania nos enseña el camino. Pero la misma Alemania está cometiendo un grave error al pretender que otros hagan en un año los ajustes que Alemania hizo en una década. Y nos está llevando al desastre.